PÚBLICO : "Un estudio realizado en Galicia refleja que la mayoría de los 5.561 asesinados del 36 al 39 no fueron sometidos a juicio"
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Jesús Alvaro López Brenlla
Home de 24 anos, viviu en Santa Sabina-Santa Comba
Mestre/a
Paseo. Morreu o 01-09-1936
Rexistrado morto en Muros a causa de lesións na masa encefálica por arma de fogo. Lugar de aparición do cadáver: Louro-Muros
Debuxo de Castelao: "A derradeira lección do mestre"
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LECCION APRENDIDA
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MUERTE EN LA ALDEA
Manuel de Roura.
En el pueblo donde nací llamado Louro, ayuntamiento de Muros, provincia de la Coruña (Galicia) hay un convento de Padres Franciscanos fundado en 1432 y de construcción románico tardío. Situado a unos dos kilómetros del poblado y a tres kilómetros de Muros, capital del Distrito. Habiendo sido siglos atrás colegio de novicios de la Orden, en la década de 1930 estaba en franca decadencia y solo contaba con tres o cuatro sacerdotes y tres legos, o hermanos.
Al otro lado del pueblo quedaba, y aún está, la iglesia parroquial. Nunca las relaciones fueron buenas entre los franciscanos y el cura párroco ya que en un pueblo tan pequeño como el nuestro, sobraban sacerdotes porque competían entre sí en cuanto a servicios religiosos cobrados. Aquello no daba para todos.
Corría el año 1935 era yo un muchacho con casi trece años y en mi casa tenía poco o nada que hacer. Animado por el Padre Salvador Villarnovo, quien esperaba hacer de mi un futuro fraile, comencé a frecuentar el convento para ayudar a misa y colaborar con el hermano sacristán en el arreglo y limpieza de la Iglesia a cambio de que por las tardes estudiara con el Padre Salvador, algo de latín. No pasé de las declinaciones y las conjugaciones, un poco de castellano e Historia Sagrada.
Por aquel tiempo acostumbraba a visitar el convento una que otra pareja de la Guardia Civil, que yo veía desde la ventana de la biblioteca, hablando con el superior del convento, Padre Jesús García.
Yo tenía confianza con el hermano lego Fray José (nunca supe sus apellidos) Fraile que ejercía la función de portero y de sacristán. Era un hombre pequeño, magro, poco hablador y como de cincuenta años. Cuando supo que mi padre estaba en Cuba, su simpatía para mi aumentó. Parece que él había andado por allá en su juventud. Luego le atrajo la vida religiosa (o se sintió solo), regresó a España, hizo un curso obligatorio de dos años en el convento matriz de Santiago y de allí lo mandaron a servir al convento de mi pueblo. Era lego, no presbítero. En fin, estaba allí para trabajar.
Mi maestro de primaria en la escuela nacional de la aldea se llamaba Don Jesús Alvaro Lopez Brenlla, tenía veinticinco años y, terminados sus estudios de magisterio fue destinado a mi pueblo (Louro) en 1935. Su carrera se hizo después que el Ministerio de Instrucción Pública impuso leyes de carácter absolutamente laico. Leyes que de un solo plumazo eliminaron la religión como materia escolar. O sea que nada de catecismo, ni de rosario ni de crucifijos en la escuela. El maestro Don Alvaro cumplió al pié de la letra las nuevas leyes que impuso la República. A juicio de los frailes esto, con agrado o no, había que aceptarlo pero lo que no perdonaron al nuevo maestro, fue la no asistencia a la misa dominical ni tomarlos en cuenta para nada.
Don Alvaro jamás nos habló de Dios ni para bien ni para mal pero el daño estaba hecho desde el momento que ignoró a los franciscanos. La Guardia Civil seguía visitando el convento y no es absurdo pensar que unos y otros estaban vigilando al pueblo y en esta vigilancia entraba de lleno aquel maestro tan indiferente y apartado de quienes de alguna manera habían monopolizado la vida moral y religiosa de la aldea.
La Guardia Civil como cuerpo paramilitar dedicado casi con exclusividad a la seguridad pública en todo el territorio español (sobre todo en los campos) se regía por leyes rigurosísimas. Temida y odiada por el pueblo bajo, su misión fundamental era la defensa de la propiedad pública y privada. Era un cuerpo extraordinariamente reaccionario. Vivía con sus familias en casas-cuarteles y apenas si tenía trato alguno con la población. Cuando salían a patrullar iban siempre en parejas. De aquí su nombre: “Pareja de la Guardia Civil”.
El 18 de Julio de 1936, se alza el ejército contra el Gobierno Republicano.
Primero toma las plazas africanas de Ceuta y Melilla y uno o dos días después tiene prácticamente ocupada la mitad de España. Galicia, con excepción de las grandes ciudades, que durante unos días hicieron resistencia, cayó rápidamente en poder del ejército sublevado. A mi pueblo, Louro, ni siquiera llegó un soldado o combatiente de ninguna de las dos partes. Solo unas dos semanas después pasaron por aquella carretera de tierra y granzón unos veinte o treinta soldados al mando de un capitán, en señal de ocupación y luego siguieron hacia el norte, hacia la zona del Finisterre. Escuso decir que los seis o siete frailes del convento se acercaron a la carretera para abrazar y bendecir a los soldados de paso. Luego…¡Silencio!.
A mediados del mes de Agosto siguiente, el maestro Don Jesús Alvaro fue visto en una calle de Santiago por una pareja de Guardia Civil de Muros, que se había acercado a la ciudad, quizás para recibir órdenes. Lo detuvieron, lo esposaron y lo introdujeron en un coche que tenían a su servicio.
Poco más o menos a las dos de la madrugada se pararon dos vehículos en la puerta del atrio del convento. Los guardias abrieron las puertas de rejas, entraron los vehículos y se pararon delante de un viejo cobertizo al lado del campanario donde había una gruesa puerta de color verde obscuro con un aldabón y una cadena. Uno de los guardias tiró de ella y se sintió, allá dentro del edificio, el sonido de una campanilla. Minutos después se abrió una mirilla y desde adentro una voz preguntó: “¿Quién es?”. “¡La Guardia Civil!”, contestaron. Se abrió la puerta, se prendió una luz y salió el portero, Fray José: “¿Qué desean?”, dijo. “Soy el cabo de la Guardia Civil y quiero hablar con el Padre Superior”. “Esperen que voy a llamarlo”. Se cerró la puerta y se sintieron los pasos del lego que se alejaban. La luz, en el cobertizo, apenas si dejaba ver un grupo de guardias rodeando a un hombre con las manos atadas a la espalda.
Unos diez minutos después se vuelve a abrir la puerta y sale un franciscano alto y corpulento. Detrás, Fray José apenas si parecía una sombra del otro. El cabo se acerca, besa el cordón del fraile y separándose del grupo, hablaron en voz baja unos minutos. El Padre Jesús García, padre Guardián o padre Superior, se acercó al preso. Los dos o tres guardias que lo custodiaban se separaron unos pasos. Poco duró la conversación entre el fraile y el preso. El primero regresa junto al cabo y le dice: “No quiere. Dice que él no hizo nada malo y que no necesita confesarse”.
El cabo mira un momento al fraile y pregunta “¿Entonces que hacemos?”. “Haga usted lo que tiene que hacer. Haga usted lo que sea necesario en bien de Dios y de su santa Iglesia”. El cabo miró fijamente al sacerdote quien, sereno, sostuvo la mirada. Luego dirigiéndose a los guardias dijo en voz alta: “¡Vamonos!. Metieron primero al preso y se fueron acomodando los demás en los asientos, prendieron los dos coches y, uno tras otro dieron marcha atrás para salir del atrio y luego avanzaron por la carretera de granzón, buscando la otra parte del pueblo, donde estaba la iglesia parroquial y el cementerio.
Como quinientos metros antes de llegar al camposanto se terminaba la carretera y comenzaba un camino estrecho por donde los coches no podían seguir. Pararon los vehículos; se bajaron todos y ayudaron a salir al preso. Serían las tres de la madrugada y solo un trozo de luna menguante alumbraba aquellas tierras sembradas de un maíz cuyos tallos y hojas no alcanzaban aún los treinta centímetros. Subieron un pequeño terraplén llevando delante al preso. Un guardia, a una señal del cabo, le quitó las esposas y se retiró hacia atrás donde los demás habían ido formando un semicírculo. El cabo empuñó la pistola y los guardias descolgaron los fusiles que llevaban al hombro.
“¡Váyase!”, gritó el cabo. El preso se volvió hacia el grupo, la cara aterrorizada. “¡Márchese le digo!, ¡corra!”. El preso saltó hacia el maizal y empezó a correr hacia las primeras casas del pueblo. “¡Apunten!, ¡fuego!”. El preso dio un bandazo, se inclinó hacia un lado y cayó en medio del maíz. Empezó a patalear doblando y rompiendo los tallos y las hojas tiernas. El cabo se acercó al hombre que, boca abajo, aún se movía. Le puso la pistola en la nuca y disparó.
Durante ocho años se pudo ver una cruz pintada de marrón en medio del camposanto. Escritas sobre el palo horizontal, un nombre y dos fechas: JESUS ALVARO LOPEZ BRENLLA. 3-2-1910 y 16-8-1936. ¡Era mi maestro!.
Durante esos ocho años, hasta que el padre llegó de su pueblo para recoger los restos del hijo, nadie, absolutamente nadie se acercó a aquella cruz para pensar o para rezar (si era creyente). El miedo aún estaba ahí, latente.
Dos meses después de la muerte del maestro, iba yo de madrugada hacia el convento para ayudar a misa, cuando vi salir del atrio a Fray José, el lego portero y, hasta cierto punto, amigo mío. Traía en la mano un pequeño bolso de lona y supongo que dentro llevaría alguna ropa. “¡Buenos días Fray José!. ¿A dónde va a esta hora?”. El hombre se acercó a mi me puso las dos manos en los hombros y, por unos minutos estuvo mirándome fijamente. De pronto, veo que empiezan a caerle lágrimas en la solapa semicircular del hábito: “Me voy Manuel; me voy para mi tierra. Allá tengo una hermana”. Las lágrimas seguían cayendo, la mirada siempre fija en el edificio. Entonces me soltó, anduvo unos pasos y volviéndose de nuevo hacia mí, señaló el convento y grito con voz ronca: “¡Manuel!¡son unos hijos de puta!. ¡Son unos hijos de puta, Manuel!”. Estuvo mirándome un rato, luego, y aún con la cara mojada, dio media vuelta y siguió su camino.
e-mail familiar, recibido de Manuel da Roura, pedindo a difusión do seu relato da morte do seu mestre, e as razóns que o moven a elo.
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Date: Fri, 25 Jan 2008 12:08:51 -0600
From: XXX
Subject: mi artículo "Muerte en la aldea"
Queridos todos:
En cuanto al artículo de prensa anexo y que fué escrito hace unos meses, vea " xxxxxx " si es posible publicarlo o, por lo menos, hacerlo conocer entre nuestra gente.
Tengo interes en ello porque quiero que nuestro pueblo conozca el caso. Dentro de lo cierto y real, hay una carga virtual que no niego, pero, en lineas generales, lo que escribo es cierto.
No me gustaría que se disminuyeran o banalizaran las cosas. Si puedes dar a conocer el hecho, hazlo. Sinó, rómpelo.
Deseo que por ahí se conozca parte de nuestra historia porque creo que solo yo, en la actualidad, sabe y se interesa en ello.
Abrazos a todos.